sábado, 2 de junio de 2012

La niña del bulldozer

Cuando era pequeña, Coco siempre quería cosas cuyo nombre no sabía, como por ejemplo un bulldozer. Ella veía el potencial destructivo de semejante artefacto y se le hacía la boca agua. Por mucho que abriese los regalos de cumpleaños, reyes y todas las ocasiones especiales, nunca tocaba el bulldozer. Pero claro, a ver cómo explicas en tu tierna infancia que ansías esa gran mole amarilla (el primero que vio en una obra era de ese color) para aplanar, atropellar al mundo.

La gente en general no le gustaba, pero amaba a las personas en particular. No obstante, se deleitaba especialmente ante ese pequeño regocijo interno que le provocaba el hecho de imaginarse sobre uno de esos monstruos de metal arrasando la realidad.

A la llegada de su adolescencia fue haciendo ajustes al bulldozer. De la noche a la mañana añadió un cañón gatero. ¿Y qué es un cañón gatero? Fácil, un cañón que aspira gente y expulsa gatos. En esa franja de edad, que podemos llamar delicada en algunos casos, catastrófica en otros, Coco pensaba que el nivel de razonamiento gatuno en general era como poco equiparable al intento de sinapsis avanzada de algunos de sus conocidos. Y seamos prácticos, ocupan la mitad de espacio. Y así es como poco a poco iba ganando boletos para convertirse en la loca de los gatos. La loca de los gatos con un bulldozer.

Al llegar a las puertas de la madurez y tras resolver el dilema felino, Coco  alimentaba la esperanza de que el bulldozer de sus sueños avanzara sobre las injusticias, el hambre en el mundo, el mundo en general, la lacra política que tenía que sufrir, los recortes sociales, mejoras económicas implementados por equipos enteros de pura incompetencia, y sobre todos y cada uno de los sistemas corruptos que ella tan bien sabía enumerar. Pero una vez más se tuvo que contentar con imaginar y plasmar mediante firmes trazos su propia utopía.

Una vez superado el cénit de su vida, la plenitud del cuerpo (ese momento que ataca sin avisar, donde te das cuenta que empiezas a echar de menos lo que antes echabas de más) se planteó seriamente la posibilidad de empezar a manejar uno. No por salvar al mundo, sino por salvarse a sí misma. Todo es ponerse... Dicho y hecho. Encontró un curso de seguridad y  manejo del bulldozer, y en lo que tardas en decir PELIGRO AL VOLANTE ya tenía lo necesario para el puesto. Con las mejoras adecuadas incluso le servía en caso de cataclismo nuclear y consiguiente ocupación por parte de zombis, o infectados, lo que fuese.

Esta mañana lo ha decidido. No quiere reprimirse las ganas de marchar sobre el mundo en bulldozer.

Así que ya sabéis: si tenéis una afición o un deseo, nunca le pongáis trabas porque no funciona, sale por cualquier otro lado o en el peor de los casos te arrepientes para siempre. Es imposible ponerle puertas al campo.

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