miércoles, 30 de mayo de 2012

Seymour

Tuvo que ser más o menos sobre los seis años, en esa franja de edad donde solo permanecen imágenes en la memoria. Como las huellas que dejan los besos mojados.
Una de esas noches Lola soñó con un mono. Si aquello fue casualidad, melancolía o alineación de planetas, nunca lo supo. El caso es que a los pocos días un pequeño gorila empezó a rondarla. Llegó con prisas, por la ventana, una mañana de verano. 

Lola (que era muy avispada) enseguida se dio cuenta de que solo podía verlo ella. Intentó de todo. Esconderse debajo de las sábanas. Contar hasta diez tres veces. Ignorarlo completamente. Dar vueltas. Hasta un día salió corriendo calle abajo a ver si lo perdía de vista. Pero el bicho era insistente. Mucho.

Su familia era más o menos normal. Luego, con la perspectiva de los años, todo te parece más normal. Tenía amigos, era lista. Los adultos la adoraban y los otros niños se pegaban a ella como imantados por sus juegos y travesuras. Entonces, ¿por qué tenía un bicho peludo pegado todo el día al cogote?

Cierto es que cuando se sentía sola, se aburría o simplemente le apetecía hacerse una croqueta con las sábanas ahí estaba Seymour para ayudarle. Con los años le puso nombre y todo, aunque él siempre quiso llamarse Clyde. Según crecía ella crecía él, de manera que cuando llegó a la adolescencia, y se volvió taciturna y rebelde, su compañero había alcanzado unas dimensiones considerables.

A veces se enfadaban. Y pasaban días sin verse, como cuando salía hasta tarde o cuando intentaba meter mano a algún ligue a la salida de cine. Siempre se engorilaba. Pero cuando llamaron a la puerta las primeras decepciones y se contagió de forma terminal de realismo, siempre tuvo un abrazo para reconfortarla. Aunque el brazo fuese más grande que su cabeza.

Solían filosofar mucho sobre el funcionamiento del mundo, el rumbo de la vida, las capacidades intelectuales de algunas personas que pasaban jorobando por su vida. Él tampoco supo decirle nunca porqué apareció allí, en la habitación de una niña que no tenía nada de especial. 

La primera vez en su vida que vio King Kong pasó riéndose una semana. Pobre Seymour, lo que tuvo que escuchar. Que si en el fondo viniste a raptarme, que si eres de los pequeñitos pero te quiero igual...
 Algunas veces le asustaba pensar que un gorila, creado por vete tú a saber qué y que para más inri sólo ella podía ver, le conocía mejor que muchas personas de su alrededor. 

Estuvo en todos los momentos importante de la vida de Lola. De guía en los momentos perdidos, de apoyo en los tensos. Hasta se ponía corbata para acompañarla a las entrevistas de trabajo. "Apoyo moral en situación real de combate", lo llamaba.
Cuando desaparecieron sus padres en una expedición al Polo Norte fue el único que le acompañó al fin del mundo. En sus brazos lloró lágrimas de hielo, de frustración, de pena, de tantas cosas... 
De vuelta a casa fue él quien se ocupó de obligarla a levantarse, a reengancharse a la vida. Por sus suculentas tortitas, porque vale, era un gorila con delantal, pero le salían unos creps excepcionales. "Están juntos, allá donde estén, están juntos". Eso le enseñó a pensar.

Ahora, cuando vuelve sobre esas huellas, recuerda como recuperó el color de sus acuarelas. Porque se dedicó a la pintura. No había otra profesión compatible con un gorila imaginario. Encargos por todas partes y la posibilidad de desconectar cuando le hiciese falta sin necesidad de aislarse. "La idiosincrasia del artista"... ¡ y un cuerno!, huía de egos desmedidos, de dramas y de sobre actuaciones en directo. 

A veces tenía muchas ganas de compartir su secreto con el resto de sus amigos. Esas pocas personas en las que aprendes a confiarles cualquier cosa, y con ojos de compresión infinita te palmean la espalda mientras dicen "estás como una cabra tía, pero te quiero con locura". Estaba segura de que alguien intuía algo. En el fondo Lola pensaba que hay un tipo de cosas que nos guardamos para nosotros mismos y está bien. Llegó a pensar que siempre hay que dejar un hueco para secar los fantasmas al sol, aunque si un gorilón es capaz de estrujarlos y acelerar el proceso, eso que ganaba. Hay partes de uno que solo están destinadas a uno mismo, porque no tienen sentido para nadie más. 

Ahora, acurrucada en un sofá demasiado pequeño y echando cuentas mentales, salía el saldo en positivo, siempre en positivo. El espalda plateada que jugaba alegremente con su pelo totalmente cano seguramente pensaba igual.

—¿Sabes?, creo que sé perfectamente por qué puedo verte. Creo que si me paro a pensar, siempre lo he sabido. Una sonrisa completa llena su cara las arrugas que los días marcaron hace mucho tiempo.
 Querida, siempre fuiste realista, pero no demasiado; racional hasta cierto punto, idealista hasta la tráquea, y la imaginación nunca dejó de fluir por tu sangre. Te alimentas de sueños por la mañana, de crónicas al medio día y cenas cortos con tortitas. Pero te quiero igual. Se rasca el cogote en un gesto divertido.

Lola tira suavemente de los pelillos blancos de la barbilla del gorila. Espera que la acune hasta el día en que se acaben los sueños, hasta que el día deje de ser día y el velo de la noche le cubra para siempre.


4 comentarios:

  1. Me ha encantado...Espero leerte mucho más.

    Un besazo!

    Olga

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  2. Que bonito!! Eres una artista!!
    Muxus preciosa! ;-)

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  3. Lo he leído de camino al trabajo y me ha gustado, me ha proporcionado esa pequeña dosis de surrealidad conveniente para no dejarse fagocitar por la rutina =)

    Esperando a la siguiente entrada...

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  4. Muchísimas gracias por los ánimos :) En este momento me alimento de ellos. Nos leemos en futuros post. Besos

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